Prácticamente desde que comencé a dedicarme a la pedagogía vocal me interesé por el arte de María Callas y su vida.
Sin sentirme demasiado cerca del mundo de la ópera, analizar la voz e interpretación de Callas me hicieron cuestionarme muchos aspectos de la llamada “técnica vocal” y de la real creación de un acto artístico. Debatir sobre qué es arte y qué no sería motivo de desarrollar una enciclopedia al respecto. Sin embargo, analizar las expresiones artísticas que emocionan o nos modifican internamente, sea como intérpretes o como espectadores, sí es un hecho relevante, ya que el arte sin la posibilidad de hacernos preguntas queda estéril, a mi modo de ver.
Si bien Callas es una fiel exponente de una técnica maravillosa, capaz de alcanzar notas extremadamente agudas, de hacer coloraturas impresionantes y colores vocales diversos, ha sido muy criticada por los “puristas”, por quienes consideran que la técnica debe estar en primer lugar, y argumentando que, técnicamente, María Callas tenía demasiados defectos e imperfecciones.
Personalmente, el canto de María Callas, siempre me emociona, me transforma, y de algún modo me eleva. Sin evaluar la riqueza técnica de su voz, puedo perderme en la vivencia de sus personajes que tan honestamente interpreta.
Sin dudas, hay un antes y un después de Callas en el mundo de la ópera. La técnica por sí sola no conmueve, hace falta algo más. Algo que las nuevas cantantes, a partir de Callas, saben que deben incluir en su propia práctica: el espíritu. No es una tarea fácil, pero sin duda vale la pena el esfuerzo.
Mi visita a la casa de María Callas
En el año 2007 viajé a París e incluí dentro de mis paseos el encontrar el edificio en el que había muerto María Callas. La experiencia de entrar a su edificio me hizo escribir en ese entonces el siguiente texto:
Casta Diva
La reja de metal del edificio de la calle George Mandel número 36 estaba abierta. Quién lo hubiera pensado. Un pórtico elegante, con un sendero bordeado de flores que conducían a la puerta principal de madera y vidrio. Traspasé la reja y caminé el sendero. Al llegar a la puerta de entrada del edificio hice un hueco con mis manos para poner mis ojos allí y escapar de los rayos del sol reflejándose en el vidrio y así intentar captar aunque sea un milímetro de historia. Claramente se distinguía una enorme escalera de madera finamente tallada, cubierta de una alfombra color bordeaux. Inesperadamente, también esta puerta estaba abierta. Nadie alrededor. El gran lobby de entrada olía a pasado, a esculturas, a madera, a silencio. ¿Subiré? pensé, ¿Y si alguien me ve?.
Dí un recorrido vertiginoso con la mirada para descubrir algún ser que pudiera gritarme "propriété privée, ne peut pas entrer!!!". Silencio. Comencé a subir uno a uno los escalones, sin saber exactamente dónde debía detenerme, sin conocer con exactitud donde ella había vivido hasta el momento de su muerte. Cada peldaño aceleraba mi corazón y me regalaba melodías de "LaTraviata", de "Tosca", de "Norma". Cada grada me cargaba de una adrenalina única e inolvidable.
Saber que sus últimos años habían sido tan dramáticamente solitarios me generó sensaciones de angustia y melancolía. Murió sola, demasiado sola, demasiado triste, demasiado lejos del pedestal que supo ganarse como una de las mejores sopranos de la historia de la ópera. El cuerpo de María Callas descendió esas escaleras por última vez el 16 de septiembre de 1977, a los 53 años de edad.
No pude evitar intentar sentir su tristeza. Imaginar su vida diaria en ese edificio, en esa calle de París, en esa ciudad que pareciera no estar hecha para gente infeliz.
Comencé a descender sin siquiera haber dado con su departamento. Para ese entonces mi intromisión me parecía una profanación a su memoria. Llegué al sendero principal junto a la reja de metal y antes de alejarme definitivamente corté una flor de su jardín. Miré la casa por última vez y me fui perdiendo en las calles de Trocadero.
Te comparto el primer documental que vi de Callas, dirigido por Tony Palmer.